Los niños jugaban, como cada tarde, en
el claro del bosque cercano al poblado.
Para ellos era un lugar especial donde
poder imaginar mil y una historias de caballeros, magos y malhechores
de oscuras intenciones. Era casi un lugar mágico donde los
chavales pasaban horas y horas luchando contra peligrosos dragones
para liberar a un poblado temeroso, abordar barcos imaginarios siendo
piratas de alta mar o enfrentándose a duelo por el amor de una
doncella. Siempre había una historia, siempre
había un juego.
Los padres de los muchachos estaban
tranquilos ya que aquel lugar no representaba ningún peligro para el
bienestar de sus hijos. Qué podía pasar en un lugar tan
tranquilo y apacible como aquel? Lo máximo que podía llegar a
suceder, creían los padres, es que uno de los muchachos llegara a
casa con un rasguño fruto de las travesuras de aquellos niños. Para los padres, aquel claro del bosque
no representaba ningún peligro.
Pero todo cambió.
Aquella tarde, los muchachos estaban
decididos a encontrar un tesoro imaginario escondido en algún recodo
del bosque, cuando sintieron aquel extraño sonido.
Asustados, comenzaron a dirigirse a
toda velocidad hacia el claro del bosque creyendo que era el lugar
mas seguro.
El miedo les hacia correr como nunca
antes habían corrido. Gotas de sudor fría resbalaban por sus
pálidos rostros, los ojos desorbitados miraban hacia atrás
esperando ver aquello de lo que escapaban y sus corazones latían al
ritmo del desconocido peligro.
Llegaron al claro y, respirando
trabajosamente, miraban aquí y allá esperando ver al responsable de
aquel miedo estresante. Pero nada parecía haber cambiado en el
bosque, todo estaba tranquilo y calmado. Solo una ligera brisa
agitaba las débiles ramas de los árboles, acrecentando la sensación
de desconcierto al llegar a pensar que todo había sido imaginaciones
suyas, que aquél sonido era fruto del viento y no de algo o alguien
desconocido que ellos creían que les perseguía.
-Que demonios ha sido ese ruido? -
preguntó uno de los niños al grupo.
Nadie podía responder aquella pregunta
porque nadie sabía la respuesta. Un silencio sepulcral acompañaba a los
pálidos rostros de los muchachos.
Fue entonces cuando el grito
desgarrador de una de las muchachas, rompió el silencio de la tensa
situación. Todas las miradas se dirigieron hacia la niña y pudieron
observar el origen de aquel chillido.
La ropa de la muchacha estaba
impregnada en sangre, como si la hubieran salpicado en un sangriento
baño. Sus manos, también teñidas de rojo escarlata, intentaban
limpiar las manchas de la ropa, pero solo hacían que ensuciar mas y
mas el blanco vestido de la niña.
Los otros muchachos intentaron calmar a
la muchacha que, en estado de shock, buscaba las posibles heridas
que provocaban aquel espectáculo sangriento. Pero la sorpresa fue
que aquella muchacha no tenia ni un solo rasguño, aquella sangre no
era suya.
Los mas grandes del grupo intentaban
tranquilizar a la niña, sin llegar a entender como había llegado
aquella sangre al vestido de su amiga.
Mientras la muchacha temblaba sin
comprender de donde provenía aquel sangriento estampado, Billy, el
mas pequeño de las criaturas dijo:
-Falta Durren?
Aquellas palabras dieron paso a un
silencio sepulcral y las miradas buscaron nerviosamente a quien el
pequeño había nombrado. La respuesta era para todos la misma:
Durren había desaparecido.
Sin mediar palabra, los niños
comenzaron a pensar que la sangre que impregnaba la ropa de la niña
podría ser de Durren. Pero quien había hecho semejante atrocidad?
Todos se miraban asustados sin saber
qué decir o qué hacer. Solo el mas grande del grupo, decidió tomar
el mando de la situación y dijo al resto del grupo:
-Tenemos que avisar a nuestros padres.
Ellos sabrán qué hacer.
Pocas eran las alternativas y el miedo
colaboraba en no buscar otras soluciones a aquella inquietante
situación.
Así pues, el temeroso grupo inició el
camino de vuelta al poblado, pero algo frenó el retorno a casa. Era
el grito de socorro del desaparecido, pidiendo ayuda en el interior
del frondoso bosque.
-Es Durren, tenemos que ayudarlo! -dijo
uno de los muchachos.
-Pero tu estas loco! No sabemos que hay
en el bosque. Y mira, mira el vestido de Clara! Tu crees que podemos
ayudar a Durren! Allí dentro hay algo y no sabemos qué es.
La discusión fue creciendo sin
encontrar un punto de acuerdo. Solo las palabras del pequeño Billy,
parecieron poner algo de luz en aquel dilema:
-Durren nos ayudaría si tuviéramos un
problema.
Las palabras del menor del grupo eran
ciertas. Durren era un buen amigo y ayudaba a cualquiera cuando lo
necesitaba. Aquella afirmación parecía haber puesto de acuerdo a
todo el grupo. Durren les hubiera ayudado a otro de los niños en
caso de estar en apuros.
Los muchachos se dieron de la mano y,
con pasos temerosos, volvieron a introducirse en el bosque.
Ahora avanzaban lentamente, mirando
aquí y allá nerviosamente, casi sin hacer ruido. Podría decirse
que lo único que se podía escuchar en aquel bosque era el latido
acelerado de aquellos niños invadidos por un miedo descomunal.
Caminaron unos metros sin encontrar
señal de Durren.
Pero algo llamó la atención de uno de
los niños. En una de las hojas de un matorral cercano, había unas
pequeñas gotas de un viscoso líquido rojizo. El muchacho, dejándose
llevar de la mano que lo unía al grupo, se acercó al matorral para
tocar con las puntas de sus dedos lo que parecía ser la sangre del
amigo desaparecido. Las yemas tocaron la sangre, estampando
de nuevo la piel de uno de aquellos inocentes niños.
Y nuevamente, el mas pequeño del
grupo, Billy avisó de la marcha del miembro del grupo.
-Jean se va.
El resto de muchachos, al escuchar las
palabras de Billy y percatarse que uno de ellos se había separado de
la unión de manos, desplazándose metros mas allá, gritaron a su
amigo:
-Jean, vuelve con el grupo! No te
separes de nosotros! No sabemos...
El mismo sonido que los había hecho
huir despavoridos momentos antes, volvía a sus oídos. Unidos por el
temor, y por un impulso desconocido, todas las miradas se dirigieron
a un mismo lugar: Jean.
Lo que ocurrió a continuación es de
difícil descripción. Puede que por la velocidad que acontecieron
los hechos, puede por el desconocimiento de lo que ocurrió en
realidad, puede por el sangriento espectáculo que observaron las
criaturas.
Todo sucedió en un abrir y cerra de
ojos.
Una sombra, o mas bien una oscura
niebla, apareció de la nada situándose tras el solitario niño. A
modo de abstractos brazos, la sombra envolvió al muchacho
estrujándolo en un abrazo mortal. La piel del niño se rasgaba como
si fuera de papel, la carne salia disparada salpicando todo aquello
que lo rodeaba, los huesos acababan siendo pequeñas astillas que
volaban en todas direcciones. En décimas de segundo, el joven cuerpo
de Jean, desapareció el bosque en miles de minúsculos pedazos. Era
como si la oscura niebla hubiera estrujado una uva, escampando por
doquier vísceras y sangre.
Aquello fregaba la pura locura y el
grupo de niños perdieron por completo la poca cordura que les podía
quedar. En un concierto de gritos desgarradores, los muchachos
salieron corriendo sin rumbo fijo. No sabían donde ir, hacían donde
correr... hacia donde escapar.
Pero poco tuvieron que pensar, ya que
al niebla de había desmembrado el pequeño cuerpo de Jean, se
desplazaba a una velocidad vertiginosa en pos de cada uno de los
muchachos.
Michael, el mas grande del grupo,
observó despavorido como la sombra se introducía por su boca para
mas tarde provocar un estallido en su estómago, dejando salir a la
luz sus entrañas.
Beth tuvo, si se puede decir de algún
modo, mejor suerte ya que la oscura niebla cortó de cuajo su cuello.
El cuerpo sin cabeza corrió unos metros mas, como queriendo escapar
de las garras de la muerte. Segundos después, cayó al suelo
desplomado.
El cuerpo de Ian tuvo, en cierto modo,
la muerte mas dolorosa, ya que la sombra parecía picotear el cuerpo
del muchacho como si fuera un grupo de cuervos hambrientos. La piel
y carne del niño saltaba a pequeños pedazos, como pellizcos
dolorosos que, poco a poco, dejaban ver los huesos del cuerpo de Ian.
En pocos segundos, aquél inocente niño quedó en un tétrico
amasijo de huesos.
Pero aún quedaba uno de los niños:
Billy, el mas pequeño del grupo.
Durante toda aquella sangrienta
situación, el mas menudo de los muchachos, se quedó inmóvil en el
mismo lugar. No había salido corriendo, no había gritado, no había
hecho nada. Parecía como si se hubiera quedado petrificado mientras
la sombra quitaba la vida a sus compañeros.
En un instante, la oscura niebla se
situó delante del pequeño Billy. Pero esta, no realizó ningún
movimiento agresivo, no intentó golpear, desgarrar o trocear el
cuerpo del muchacho. Simplemente se situó delante de la criatura.
Billy, que durante toda la sangrienta
matanza había clavado los ojos en el suelo, alzó la mirada para
dirigirla a la oscura niebla asesina.
Fue entonces cuando se dibujó una
escalofriante sonrisa en el rostro del niño y sus ojos brillaron con
maléfica alegría. Con dulce voz, el pequeño dijo con simpáticas
palabras:
-Gracias por ayudarme. Así aprenderán
a no decirme todo el rato que soy pequeño y que no se hacer nada.
Dicho esto, Billy inició el camino a
casa entre sangre, vísceras, extremidades seccionadas, cabezas
cercenadas, cuerpos mutilados...
La sombra, una vez el niño le dio la
espalda y comenzó a caminar retorno a casa, se desvaneció al
instante, despareciendo tan rápido como había aparecido, siendo
testigo mudo de lo que había ocurrido en aquel bosque, durante
aquella tarde de juego.
Desde aquel día, en aquel claro del
bosque, los niños ya no juegan.
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