Los más curiosos del grupo (Pestus,
Akela y Ginebra) decidieron subir hasta lo alto del púlpito, para
encontrarse frente a una especie de altar con un viejo libro en
lengua enana y una copa de oro y gemas. La avaricia fue la que activó
una trampa, al coger el precioso cáliz, que abría el suelo del
púlpito, dejando caer a los 3 miembros del equipo. Una dolorosa caía
fue lo que consiguieron...a parte de llevarse la copa en su poder.
Lo que si que pudieron ver, antes de la
tremenda caída, era que el suelo de la sala de oración estaba
decorada mostrando el rostro de un serio y decidido rey enano. El
nombre sí que aparecía en lengua común: el rey enano Argentonios.
Continuaron la búsqueda de la princesa
Kahina por entre las profundidades del túmulo enano, encontrando un
par de puertas al final de un largo pasillo.
Al forzar una de ellas, un terrible
olor a putrefacción se les vino encima. Una señal que le ayudó a
decidir que, posiblemente, aquel no era un buen camino a seguir...
Y parece que la decisión fue la
acertada, ya que al abrir la segunda de las puertas, se encontraron
con lo que parecía un enorme comedor, decorado simplemente con una
gran mesa central, preparada para un gran festín.
5 esqueletos enanos, que parecían los
comensales de aquella fúnebre cena, acompañaban los restos
enjoyados del rey Argentonios. En una de las sillas contiguas al
esqueleto real, estaba Kahina inconsciente.
Al entrar a la sala, activaron una de
las trampas que existía en el comedor, dando vida a los esqueletos
enanos e iniciando uno de los combates que nuestros aventureros
recordarían por siempre.
Akela intentaba, por todos los medios,
sacar a la princesa de aquel lugar. Pero su misión no era nada
fácil, ya que los esqueletos atacaban sin dilación y evitaban el
camino el camino de huida del comedor a toda costa.
Grant se dedicaba a luchar con el
enemigo con todas sus fuerzas, pero este era digno de respetar y muy
difícil de vencer. Aún así, el enorme humano pudo resquebrajar
algunos huesos de los contrincantes.
Pestus, con su rapidez habitual, se
subió a la mesa y atacaba con su arma a distancia, rasgando poco a
poco la vitalidad arcana de aquellos esqueletos.
Ginebra se sentía algo desconcertada
en aquel lugar... La elfa estaba acostumbrada a los espacios
abiertos, a la naturaleza...y aquel lugar que olía a muerte, le
provocaba una sensación de mareo constante. No supo actuar a tiempo
a algunos ataques del enemigo, y tuvo que salir del comedor para
recuperar el aliento y dedicarse a atacar desde la distancia.
Y Doga... Si bien es cierto que Doga
era diestro con sus armas y, a menudo, sus ataques mellaban
considerablemente la vida del enemigo, aquel día la fortuna no
amaneció de su lado. Un salvaje ataque simultaneo de dos de los
esqueletos guardianes de la tumba de Argentonios, abrió la parte
abdominal del humano, provocando una letal herida que nadie podría
sanar. La muerte abrazó a Doga y se lo llevó con él para
siempre...
El resto del grupo no se veía en mejor
situación: las heridas eran importantes, las fuerzas flaqueaban, los
recursos eran escasos...y el enemigo continuaba en pie. Los
esqueletos y el rey Argentonios en cabeza.
Solo tenían una solución: abandonar
el túmulo, con la princesa Kahina en su poder, y huir de allí a
toda prisa. Y así fue como el grupo, consiguió cerrar la puerta del
comedor del rey enano y salió de las profundidades mortuorias con la
inconsciente princesa y el cuerpo sin vida de Doga.
Aquella fue una noche triste...muy
triste. Un buen compañero se había ido para siempre. Un triste
pesar se adueñó de los miembros del grupo. Y continuó al día
siguiente, amaneciendo con un día gris y lluvioso, en el que dieron
sepultura al amigo y compañero, e iniciaron de nuevo el viaje hacia
la búsqueda de Karkadann.
Durante el viaje se sintieron cansados,
doloridos y se adueñó un pesado silencio que les acompañó hasta
entrada la tarde. Necesitaban descansar y recuperarse de la pérdida
de Doga. Un abandonado y derruido fortín parecía ser un buen lugar
para descansar y recuperar fuerzas.
Al anochecer, escucharon a lo lejos, el
cantar de un anciano que parecía dirigirse al fortín. Era un
caballero de armadura oxidada, mirada distante y porte de antiguo
guerrero que aún vive de antiguas aventuras y recuerdos pasados.
El grupo le ofreció el calor del
fuego, y el caballero compartió la poca comida que tenía y se animó
a explicar la inquietante historia de amor entre Lady Bernís, su
amado Sir Egaues y el furioso Sir Ivore.
Tras el relato, el grupo decidió
echarse a dormir, dejando como guardia a una de las parejas del
grupo.
Pero algo extraño sucedió... Ginebra
y Pestus, parecieron entrar en una especie de ilusión en la que
vivieron muy intensamente el momento en que Sir Ivore acabó con la
vida de Egaues.
El resto del grupo tenía otras
preocupaciones más reales: un grupo de hombres salvajes les atacaba
en plena noche.
Tras acabar con el grupo enemigo y
sacar a la elfa y el halfing de su estado hipnótico, compartieron lo
sucedido y descubrieron que donde había yacido el anciano caballero,
solo quedaba una espada y una pequeña caja con algo muy inquietante
en su interior.
Amanecía y decidieron levantar el
campamento y dirigirse a mejor suerte...si cabía. Y era bastante
difícil porque su próxima parada era la Ciudadela de Frysev.
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