El
momento de acabar con la amenaza de la Marca y con el responsable de
toda aquella organización que deseaba someter a los habitantes de
Robleda, Marvalar y Arakha, bajo la tiranía de los Serpentis, estaba
a punto de llegar.
Pero
estaban en un lugar donde el peligro se escondía tras cada esquina,
en cada sombra...incluso en el ambiente se notaba la tensión del
momento.
Tras
bajar unas estrechas escaleras, el grupo se encontraba en una sala
con decoración precisa al culto de la serpiente. En las paredes,
aparecía el símbolo que meses atrás (y de forma sucesiva) iban
encontrando en sus investigaciones. Una remachada puerta de metal,
frenaba su avance hacia el interior del templo.
La
puerta presentaba la cara de una serpiente y, un orificio de la
medida de una mano, se situaba en lo que era la mano del reptil. Se
dejaba entrever que, para entrar a la siguiente sala, se tenía de
meter la mano por el agujero a modo de cerradura... Pero aquello
podía ser muy, muy peligroso. A saber que sucedería al meter la
mano en aquel oscuro agujero!
Pensaron
que podían utilizar uno de los brazos de los zombies vencidos en el
exterior para averiguar lo que podía suceder en el peor de los
casos. Y fue una muy buena idea... Al meter una de las extremidades
del cadáver andante, escucharon un sonido parecido al de una espada
cortando el aire, descubriendo que la extremidad salía con un corte
perfecto que había seccionado la mano de esta.
Tenía
que haber otra manera de entrar...
Pestus
observó que en el suelo de la sala, aparecía la imagen de una
enorme serpiente grabada. En sus ojos, dos preciosas piedras de jade,
que atraían la curiosidad de cualquiera que apreciara una buena
joya.
A su
vez, también observaron que la serpiente de la puerta, mostraba unos
orificios a mono de ojos...de la misma medida que las piedras de
jade. Podría ser una forma de abrir la puerta...
Efectivamente!
Después de sacar los ojos a la serpiente de piedra, los situaron en
la de la puerta y esta, se abrió.
Ante
ellos un pasillo que se bifurcaba en tres: uno central y dos que se
escurrían a derecha e izquierda.
El grupo
se separó unos metros para investigar donde llevaban aquellos
pasillos, descubriendo en uno de ellos, la existencia de más
zombies.
El
máximo peligro de aquel encuentro no fue el enemigo en sí, que
conocían de su agresiva conducta, si no de los problemas de luz que
tenían al tener que combatir bajo la luz de las antorchas y su poca
durabilidad.
Con
buenas estrategias, los aventureros vencieron y continuaron su
exploración. Pero lo que encontraron a continuación no les ofrecía
una mejor perspectiva de su situación en le templo de Serpentis.
Ante
ellos, un intrincado laberinto lleno peligros por descubrir y
sobrevivir. Akela, con su buena intención, propuso la idea que había
escuchado de los sabios del templo donde se había formado como
paladina: seguir siempre la pared de la derecha, una forma eficaz de
salir del laberinto.
Y
siguiendo el consejo de una de las féminas del grupo, iniciaron su
largo camino por las entrañas de aquella sala.
Todo
parecía ir bastante bien, pero... Tras una de las esquina, se
toparon de cara con una criatura que no parecía ser fácil de
vencer: un ankheg con pinzas temibles y peligrosa mandíbula.
Era un
combate difícil, ya que luchar en un estrecho pasillo, podía
resultar mortal para aquel que se encontrar en el frente de la
contienda. Pero la fuerza de los más preparados para el combate
cuerpo a cuerpo del grupo, fue decisiva para dar muerte a la
criatura.
Tras
aquel primer combate, decidieron avanzar con más cautela y buscar la
manera de poder enfrentarse a los posibles enemigos del lugar,
utilizando a su favor el terreno y participar en la lucha de forma
activa.
Y fue
muy útil aquella reflexión porqué, más adelante, el peligro de
muerte se multiplicó por mil al tener que enfrentarse con el
guardián de aquel salvaje laberinto: un contemplador.
Situados
tras toda esquina posible, con ataques a distancia, cuerpo a cuerpo y
magia, fueran desgranando la vida de la temible criatura hasta darle
muerte.
Alguna
trampa, movimientos sigilosos para no toparse de nuevo con nuevos
ankhegs, tesoros perdidos en los pasillos...finalmente encontraron la
salida de aquel infierno.
Agotados,
heridos, pero con la voluntad inquebrantable de continuar adelante,
avanzaron hasta lo que parecía la antesala de la sala del trono de
Serpentis: una enorme sala con alta columnas y amenazadoras sombras
escondidas tras ellas.
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