Poco podía hacer Gork en aquella
comprometida situación. Estaba débil, cansado y solo. Como hacer
frente a la amenaza de los enemigos sombríos que parecían esperar
la llegada de su muerte?
Tan solo pudo cubrir el frío y desnudo
cuerpo de Duna, intentando pensar como salir de allí con vida.
El enano cargó a la muchacha en brazos
y comenzó el camino para salir de aquel claro pedregoso. Pero en ese
momento los Aouns se abalanzaron contra el clérigo e iniciaron su
ataque.
Mörd, el semi-orco, acababa de llegar
al lugar donde Arquen daba cobertura con sus ataques a distancia. Él
fue más directo y, como muchas otras veces, se lanzó contra
aquellas criaturas poseído por el clímax de la lucha.
Kibana y Siete, decidieron dejar el
cuerpo sin vida del muchacho ahorcado, para ir en la ayuda de sus
compañeros. Pero les quedaba un trecho a carrera hasta llegar al
lugar donde las armas entrechocaban.
Gork cayó, inconsciente, frente al
ataque de las sombras. Parecía que aquellas criaturas solo buscaran
la protección de la muchacha, defendían su posesión, no querían
que nada ni nadie les robaran a Duna...
La llegada de la kender y el asesino,
pareció dar nuevas esperanzas al grupo frente a las sombras, ya que
hasta el momento estaban en seria desventaja.
El enano, ayudado por su su menuda
amiga Kibana, recobró las fuerzas y se adentró de nuevo en la
refriega. Arquen jugaba al ratón y al gato con un grupo de enemigos
que solo buscaban acabar con la escurridiza semi-elfa. Mörd combatía
salvajemente pero sin mucho acierto con su bastarda...
Pero Siete fue digno de observar en
aquel combate. Su movimientos fueron gráciles y mortíferos, rápidos
y letales, equilibrados y acertados. Todos conocían el arte del
asesinato de su silencioso compañero, pero nunca antes habían
podido ver con sus propios ojos como llevaba a cabo su trabajo. Uno
por uno, los Aouns caían frente a las afiladas hojas de Siete.
Impasible, acababa con los enemigos sin dudar ni un momento en sus
coordinados movimientos.
Tras unos minutos de enfrentamiento,
las sombras cayeron frente al grupo, dando un merecido respiro a los
rescatadores de Duna.
Sus preocupaciones no dieron tregua al
observar que la muchacha estaba en estado catatónico, ausente de
todo lo que le envolvía, sin responder a los estímulos que Gork y
el resto del grupo realizaban... parecía que Duna estuviera en
cuerpo, pero no en mente.
Fue, mientras los componentes del grupo
hablaban de los sucedido, cuando la sospecha de una posesión maligna
planeó sobre el lugar.
Por qué protegían aquellas sombras a
Duna? Por qué no habían acabado con su vida? Por qué no
reaccionaba la chica?
Decidieron ir a buscar ayuda de Martin,
el sanador del Hoëgel, evitando que Duna entrara en el pueblo en
aquel estado. No estaban seguros de qué podría suceder si la
muchacha llegaba al pueblo y, como estaban sospechando, originara
nuevos problemas de posesión.
Mientras Gork y Arquen fueron a buscar
a Martin y Dungrer, el resto traslado el frágil cuerpo de Duna a la
cabaña de cazadores para mantenerla algo caliente y protegida de las
inclemencias de las Montañas de la Luna.
En Hoëgel, los nervios se acrecentaron
al observar que enano y semi-elfa llegaban sin resto alguno de la
pareja de jóvenes desaparecida. Dungrer pidió explicaciones a su
eterno amigo clérigo, y este le puso al corriente de lo sucedido. El
jefe del clan, entendió y aceptó la decisión de haber alejado a su
hija de la población. Lo último que quería era que su hija fuera
el origen de una matanza bajo posesión del mal.
Así pues, Martin y Dungrer,
acompañaron a la pareja hasta la cabaña de cazadores para examinar
a la muchacha y ponerla a salvo.
La fortaleza del jefe de los Cazadores
Blancos se quebró al ver a su hija en aquel estado vegetativo. Sus
fuerzas flaquearon y sus lágrimas se hicieron presentes. Bajo el
consuelo de Gork, el cazador de las montañas dejó a su hija en
manos del sanador.
Este aplicó todos sus conocimientos
para recobrar la lucidez a Duna, pero todo fue en vano. Solo encontró
una posible solución: los “polvos del retorno”.
Martin, explicó la existencia de un
misterioso mineral brillante y amarillento, que la machacarlo y
esnifarlo, provocaba la recuperación de aquellos enfermos que habían
entrado en un estado autista como el de Duna. Pero tal preciado
mineral era difícil de encontrar, aunque... El sanador conocía la
localización de la materia prima de los “polvos del retorno”.
A un día de camino, una profunda cueva
daba cobijo a un peligroso Troll. Era allí donde el grupo podría
encontrar el mineral necesario para retornar a Duna al mundo real.
Tras descansar unas horas, recuperar
fuerzas, sanar sus heridas y prepararse a consciencia, el grupo se
lanzó en busca del mineral.
Tras un día de camino, entrado el
anochecer, llegaron a la cueva. Un río se interponía entre ellos y
la entrada, junto con un pequeño grupo de kuo-toas que parecían
vigilar la guarida del Troll.
Utilizando la cobertura de la
vegetación, realizaron un ataque por sorpresa, sin tener mucha
fortuna. Menos suerte tuvo Mörd, que al intentar pasar uno de los
dos puentes, cayó al agua haciendo saltar la primera de las trampas
de las criaturas. Totalmente mojado, el semi-orco tenía un nuevo
problema: salir del río.
El resto del grupo comenzó con ataques
a distancia mientras los kuo-toas intimidaban al grupo con
movimientos agresivos y desafiantes. Pero a los pocos segundos, el
combate cuerpo a cuerpo se hizo presente en la entrada de la cueva.
No era tarea fácil acabar con aquellos
enemigos, ya que eran rápidos y escurridizos. Pero el grupo se hizo
con el mando de la lucha y salieron victoriosos de la contienda.
Era momento de entrar y la cosa no
pintaba demasiado bien para ellos. La oscuridad de la caverna
limitaba la visión de Kibana y Mörd, ya que eran los únicos que no
podían ver en la oscuridad. Arquen, utilizando su útil capacidad
para la exploración, propuso avanzar lentamente para conocer mejor
la distribución de la cueva. Entró en sigilo, junto con Siete, para
descubrir que la galeria se bifurcaba en dos caminos: uno que parecía
llevar a una amplia sala subterránea y otro que se inclinaba
peligrosamente y mostraba un terreno más que resbaladizo.
Y fue cuando la curiosidad implacable y
descontrolada de Kibana, hizo presencia en la gruta. La kender avanzó
a oscuras, hacia la boca del lobo, sin saber bien a donde dirigir sus
pasos... Y la mala fortuna, y el no seguir los consejos de sus
compañeros, provocaron que Kibana acabara en la rampa resbaladiza
que la catapultaba a las profundidades desconocidas de la cueva del
troll.
Solo el grito de “me resbaló!”
retumbó en el frío silencio de la caverna.
De nuevo una encrucijada: salvar a
Kibana? explorar la cueva?... hacer frente a los peligros que el
grito de la kender había despertado?
Pues ahora llega Siete y hace eso que hace el Tifflin... que grande!
ResponderEliminarEn breve, el off-rol de la partida con los comentarios, las pifias, las discusiones, las risas, etc., de la partida.
ResponderEliminarEs que, SEMOS GRANDES!!
El "master cabrón"