Tras vencer a los monjes guardianes del
templo, Kairon, Pijus y Artanis intentaron sin fortuna abrir la
puerta que les llevaría al lugar donde sus compañeras se
enfrentaban al trío de monjes fanáticos.
Sigilo y Akane, consiguieron acabar con
2 de los 3 monjes. Este último, en un intento de escapar de una
muerte segura, abrió la puerta que el resto de mercenarios estaban
intentando forzar. Aquello no había sido una buena opción, ya que
se lanzó de cabeza a una muerte segura.
Tras revisar la sala de oración de los
monjes, pudieron apoderarse de alguna pócima de curación y karma, y
algún que otro objeto de valor. Pero debían continuar su
exploración del edificio...
En la única puerta de salida que
existía, llegaron a escuchar un sonido parecido al aleteo de una
gran criatura. Pero aquel ruido no mermó las voluntad de los
mercenarios por conseguir la tercera de las piedras de poder y se
internaron en la sala sin dudarlo ni un segundo.
Al llegar a ella, descubrieron lo que
les esperaba: un enorme gólem de carne, barraba la puerta de salida
de aquella enorme habitación. Pero aquel no era el mayor de sus
males, ya que una sombra de muerte volaba por encima de sus cabezas:
una quimera les vigilaba desde la altura de aquel espacioso salón.
Además, para dificultar más las
acciones de los aventureros, estos descubrieron que la sala estaba
envuelta en una especie de atmósfera que impedía utilizar conjuros
mágicos. Si querían salir de allí con vida, deberían utilizar sus
armas naturales.
Era momento de utilizar arcos,
espadones, bastones, granadas...lo que fuera para acabar con el
enemigo...y no era tarea fácil. La fuerza descomunal del gólem,
junto con el ataque combinado de las tres cabezas de la quimera
(león, dragón y carnero), no era en absoluto tranquilizadoras. Solo
los buenos ataques de los miembros del grupo, junto con la fortuna al
esquivar el triple ataque de la quimera o el abrazo poderoso del ser
de carne, dieron su fruto: una victoria merecida de los aventureros.
Además de conseguir una extraña piedra, de origen albhed, que
funcionaba como desinhibidora mágica.
Al traspasar la puerta que guardaba el
gólem, el grupo descubrió una sala cubierta por agua turbia. En las
profundidades, podían apreciar la existencia de la tercera piedra de
poder. Pero aquellas aguas solo escondían muerte... fueron
precavidos, lanzando el cuerpo del gólem de carne, consiguiendo que
parte del veneno que existía en el líquido, fuera absorbido por
aquella criatura sin vida. Fue Sigilo quién se lanzó al agua para
recoger la piedra, no sin recibir alguna que otra herida ácida del
agua.
Era momento de volver al pueblo,
descansar y salir cuanto antes del lugar... los guados podían volver
a por ellos.
Se dirigieron a tierras de los ronso,
raza orgullosa donde las haya, caminando durante unos días en
terrenos montañosos. Sin saber como, el grupo se vio rodeado por
estos guerreros felinos, que vigilaban sus movimientos en todo
momento.
En un pequeño claro del camino, el
líder de los ronso se presentó frente a los guardianes de Yuna,
exigiendo una prueba de valor para pode continuar el camino por sus
tierras. Artenis debería enfrentarse en duelo a un Moffu, una
criatura enorme y salvaje. Poco podía hacer la guardiana humana
frente a aquel animal descomunal.
Pero la muestra de compromiso, honor y
valentía por parte de la gran mayoría de miembros del grupo,
convenció a los ronso y facilitaron a la comitiva de Yuna, el
continuar con su camino. En lo alto de la montaña, les esperaba
Sirkal “El primero de los guardianes” ronso, guardián de la
cuarta y última de las piedras de poder.
En su conversación, los aventureros
descubren el oscuro futuro que les espera: Sinh es indestructible,
solo pueden conseguir que su presencia en Spyra desaparezca durante
unos centenares de años...pero volverá. Lo peor de aquella
situación es que para que puedan acabar con él, Sinh debe entrar en
el cuerpo de una criatura con la única ayuda de las piedras de
poder. Una vez en el interior de una persona, y solo con la muerte de
aquella persona, Sinh morirá.
Los rostros de los protectores de Yuna
eran de una tristeza rotunda: ahora entendían el cometido de la
niña...ella debería ser el receptáculo donde Sinh debía entrar y
a quién deberían matar una vez realizado el ritual.
Una dura y dolorosa misión, no cabe
duda...
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