El grupo continuaba con su particular
exploración del reducto minero, a la búsqueda de las reliquias
sagradas, robadas días atrás en el Templo Sanador de Caannan.
Tras el primer encuentro con los
ladrones, el grupo se dirigió hacia la parte oeste de las galerías
subterráneas, encontrando lo que parecía la zona de descanso de la
banda de asaltadores. En una sala acomodada con pequeños camastros y
baúles, el grupo hizo frente a una nueva comitiva formada por 2
hombres-rata y a un duro orco. Era el nuevo inicio de una contienda
que enzarzaría a los miembros del grupo en un salvaje combate, donde
la táctica era de vital importancia. El poco espacio que tenían
para actuar, junto con la habilidad del enemigo para acometer
satisfactoriamente a los miembros del grupo de Gork, hacían el
trabajo bastante difícil.
Pero no todos estaban en aquel
encuentro...
Siete, aprovechando sus dotes para el
sigilo, se internó un poco más en las entrañas de la mina, allí
donde habían tenido el primer encuentro con los ladrones, para
averiguar una extraña puerta cerrada con un dispositivo más que
complicado. Fuera lo que fuera, lo que se escondía tras aquella
puerta, era de mucho valor.
Mientras sus compañeros acababan uno a
uno con la vida del enemigo, el tiflin, superaba un foso (no sin
antes caerse) que accedía a una sala donde sentía un murmullo.
Afinando la vista y el oído, descubrió que allí se encontraba el
líder de los ladrones, junto con un hombre-rata con pinta de chamán,
y su guardia personal, un enorme orco de imagen algo aterradora.
Siete no podía más que esperar a que
sus compañeros aparecieran en el lugar, ya que él solo no podía
hacer frente a aquella situación.
Tras acabar con los ladrones,
utilizando sus afiladas armas y algún conjuro de muro de espinos que
les daba un respiro a Kibana, Gork, Mörd y Arquen, el grupo pudo
saquear los baúles para encontrar alguna moneda y objeto de valor.
Pero lo más interesante fue descubrir que en una habitación
adyacente, los ladrones tenían prisionero a un anciano alquimista,
obligado a crear ungüentos, pociones y demás productos para el
grupo de delincuentes.
Tras ponerlo en libertad y hacerse con
algún que otro elemento sanador, el grupo fue en busca de Siete.
Sin muchas dificultades, ya que el
camino no se bifurcaba en ningún momento, el grupo consiguió llegar
hasta el tiflin. Era momento de preparar el ataque sorpresa a la
cúpula de los bandidos.
Todos estaban con las armas preparadas,
el tiflin con su cuchillo dispuesto a cortar la cuerda que bajaba la
pesada pasarela que conectaba la sala del líder con el resto de
galerías mineras, los arcos tensados, los nervios a flor de piel...
Y la pasarela comenzó a bajar de forma
estrepitosa, provocando la alerta en la sala del líder, el chaman y
el orco. Era el último combate de aquella misión. Tras la victoria,
recuperarían las reliquias sagradas... o puede que no...
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