El viaje hasta Rhest les ocuparía tres
días. Demasiados para ellos, considerando que a cada minuto que
pasaba, la horda trasgoide avanzaba sin freno alguno.
Cierto que algunos soldados de Drellin
habían dispuesto cierta oposición en diferentes caminos a Brindol,
pero no sería suficiente frente al enorme y poderoso contingente
enemigo.
Sin perder tiempo, el grupo de
aventureros se dirigió hacia la zona pantanosa de la ciudad
abandonada de Rhest, sabiendo de antemano que en sus ruinas habían
formado cuartel parte de la Mano Roja bajo el mando de trasgo
explorador de nombre Saarvith.
A medio camino, se toparon con un
carruaje que había sido atacado por un grupo de guerreros trasgos
que se ayudaban de la fuerza bruta de una pareja de ettins. Lo
importante de aquella situación, era que el carruaje mostraba
escudos de las fuerzas de Brindol.
Mirtha y Kurgan iniciaron el ataque
cuerpo a cuerpo, mientras que Nebin actuaba a distancia. Wong era
cada vez más diestro en sus ataques de ráfaga de golpes y Artemisa
más efectiva en sus ataques y conjuros divinos.
Pero los enormes ettins eran
contrincantes dignos de temer. Sus manguales provocaban heridas
demasiado peligrosas y mortales como para no tenerlas en cuenta en un
enfrentamiento directo.
Tras algunos asaltos, el grupo supo
acabar con los guerreros trasgos y dedicarse al completo a las
grandes criaturas que atacaban sin piedad.
Tras acabar con ellas, pudieron
comprobar que aquel carro transportaba oro para contratar fuerzas
mercenarias que podrían ayudar al ejército del valle. En este
momento se les planteaba una duda: dirigirse a Brindol para entregar
el oro, perdiendo así unos días necesarios para llevar a acabo su
misión en Rhest, o esconder el oro y dedicarle la atención debida
una vez acabado el encargo en la ciudad del norte? Tras una
deliberaciones, optaron por la segunda opción: esconder el oro y
recogerlo días más tarde.
Llegada la primera de las noches, el
grupo deseaba descansar unas horas tras una larga jornada a caballo.
Por suerte, encontraron una especie de cabaña de pastor donde
podrían cobijarse de la fría y oscura noche. La casualidad quiso
que un anciano trotamundos se encontrara en el mismo lugar y tuvieran
que compartir fuego y comida.
Tras unas risas y ciertos comentarios
calenturientos del anciano hacia Mirtha y Artemisa, llegó el momento
de descansar y recuperar fuerzas.
Tras las primera de las guardias, un
sonido alertó a la comitiva. El batir de unas enormes alas les
llamaba a las armas: una peligrosa quimera les esperaba e intentaba
darles caza.
Nunca antes se habían enfrentado a una
criatura de tal envergadura y peligrosidad. Mordiscos, zarpas,
cornadas, arma de aliento eléctrica... La quimera era una máquina
de matar y ellos las posibles víctimas.
Se enfrentaron como pudieron a la
bestia. Wong intentó atacar desde el tejado de la cabaña, Nebin
atacando con su arco mientras tomaba cobertura en una de las paredes
de la construcción, Kurgan buscando la atención de la peligrosa
criatura... Incluso Mirtha se atrevió a tomar una poción de volar
para atacarla desde las alturas.
El peligro era evidente y la
posibilidad de morir real. Poco a poco, atacando como podían a un
enemigo que podía realizar vuelos y ataques desde las alturas,
fueran pellizcando la vida del la quimera.
Tras un muy duro combate, la bestia
cayó sin vida al suelo. Había superado una difícil prueba y habían
vivido para contarlo.
La recompensa? Un nuevo día les
esperaba. Un nuevo día con nuevos peligros...
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