martes, 15 de julio de 2014

LA HORDA DE LA MANO ROJA (sesión V)

El viaje hasta Rhest les ocuparía tres días. Demasiados para ellos, considerando que a cada minuto que pasaba, la horda trasgoide avanzaba sin freno alguno.
Cierto que algunos soldados de Drellin habían dispuesto cierta oposición en diferentes caminos a Brindol, pero no sería suficiente frente al enorme y poderoso contingente enemigo.
Sin perder tiempo, el grupo de aventureros se dirigió hacia la zona pantanosa de la ciudad abandonada de Rhest, sabiendo de antemano que en sus ruinas habían formado cuartel parte de la Mano Roja bajo el mando de trasgo explorador de nombre Saarvith.

A medio camino, se toparon con un carruaje que había sido atacado por un grupo de guerreros trasgos que se ayudaban de la fuerza bruta de una pareja de ettins. Lo importante de aquella situación, era que el carruaje mostraba escudos de las fuerzas de Brindol.
Mirtha y Kurgan iniciaron el ataque cuerpo a cuerpo, mientras que Nebin actuaba a distancia. Wong era cada vez más diestro en sus ataques de ráfaga de golpes y Artemisa más efectiva en sus ataques y conjuros divinos.

Pero los enormes ettins eran contrincantes dignos de temer. Sus manguales provocaban heridas demasiado peligrosas y mortales como para no tenerlas en cuenta en un enfrentamiento directo.
Tras algunos asaltos, el grupo supo acabar con los guerreros trasgos y dedicarse al completo a las grandes criaturas que atacaban sin piedad.
Tras acabar con ellas, pudieron comprobar que aquel carro transportaba oro para contratar fuerzas mercenarias que podrían ayudar al ejército del valle. En este momento se les planteaba una duda: dirigirse a Brindol para entregar el oro, perdiendo así unos días necesarios para llevar a acabo su misión en Rhest, o esconder el oro y dedicarle la atención debida una vez acabado el encargo en la ciudad del norte? Tras una deliberaciones, optaron por la segunda opción: esconder el oro y recogerlo días más tarde.

Llegada la primera de las noches, el grupo deseaba descansar unas horas tras una larga jornada a caballo. Por suerte, encontraron una especie de cabaña de pastor donde podrían cobijarse de la fría y oscura noche. La casualidad quiso que un anciano trotamundos se encontrara en el mismo lugar y tuvieran que compartir fuego y comida. 

Tras unas risas y ciertos comentarios calenturientos del anciano hacia Mirtha y Artemisa, llegó el momento de descansar y recuperar fuerzas.

Tras las primera de las guardias, un sonido alertó a la comitiva. El batir de unas enormes alas les llamaba a las armas: una peligrosa quimera les esperaba e intentaba darles caza.
Nunca antes se habían enfrentado a una criatura de tal envergadura y peligrosidad. Mordiscos, zarpas, cornadas, arma de aliento eléctrica... La quimera era una máquina de matar y ellos las posibles víctimas.


Se enfrentaron como pudieron a la bestia. Wong intentó atacar desde el tejado de la cabaña, Nebin atacando con su arco mientras tomaba cobertura en una de las paredes de la construcción, Kurgan buscando la atención de la peligrosa criatura... Incluso Mirtha se atrevió a tomar una poción de volar para atacarla desde las alturas.
El peligro era evidente y la posibilidad de morir real. Poco a poco, atacando como podían a un enemigo que podía realizar vuelos y ataques desde las alturas, fueran pellizcando la vida del la quimera.
Tras un muy duro combate, la bestia cayó sin vida al suelo. Había superado una difícil prueba y habían vivido para contarlo.

La recompensa? Un nuevo día les esperaba. Un nuevo día con nuevos peligros...

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