miércoles, 23 de mayo de 2012

PELIGROSA INOCENCIA (sesión V)


El grupo continuaba con su particular exploración del reducto minero, a la búsqueda de las reliquias sagradas, robadas días atrás en el Templo Sanador de Caannan.
Tras el primer encuentro con los ladrones, el grupo se dirigió hacia la parte oeste de las galerías subterráneas, encontrando lo que parecía la zona de descanso de la banda de asaltadores. En una sala acomodada con pequeños camastros y baúles, el grupo hizo frente a una nueva comitiva formada por 2 hombres-rata y a un duro orco. Era el nuevo inicio de una contienda que enzarzaría a los miembros del grupo en un salvaje combate, donde la táctica era de vital importancia. El poco espacio que tenían para actuar, junto con la habilidad del enemigo para acometer satisfactoriamente a los miembros del grupo de Gork, hacían el trabajo bastante difícil.
Pero no todos estaban en aquel encuentro...
Siete, aprovechando sus dotes para el sigilo, se internó un poco más en las entrañas de la mina, allí donde habían tenido el primer encuentro con los ladrones, para averiguar una extraña puerta cerrada con un dispositivo más que complicado. Fuera lo que fuera, lo que se escondía tras aquella puerta, era de mucho valor.
Mientras sus compañeros acababan uno a uno con la vida del enemigo, el tiflin, superaba un foso (no sin antes caerse) que accedía a una sala donde sentía un murmullo. Afinando la vista y el oído, descubrió que allí se encontraba el líder de los ladrones, junto con un hombre-rata con pinta de chamán, y su guardia personal, un enorme orco de imagen algo aterradora.

 
Siete no podía más que esperar a que sus compañeros aparecieran en el lugar, ya que él solo no podía hacer frente a aquella situación.
Tras acabar con los ladrones, utilizando sus afiladas armas y algún conjuro de muro de espinos que les daba un respiro a Kibana, Gork, Mörd y Arquen, el grupo pudo saquear los baúles para encontrar alguna moneda y objeto de valor. Pero lo más interesante fue descubrir que en una habitación adyacente, los ladrones tenían prisionero a un anciano alquimista, obligado a crear ungüentos, pociones y demás productos para el grupo de delincuentes.
Tras ponerlo en libertad y hacerse con algún que otro elemento sanador, el grupo fue en busca de Siete.
Sin muchas dificultades, ya que el camino no se bifurcaba en ningún momento, el grupo consiguió llegar hasta el tiflin. Era momento de preparar el ataque sorpresa a la cúpula de los bandidos.
Todos estaban con las armas preparadas, el tiflin con su cuchillo dispuesto a cortar la cuerda que bajaba la pesada pasarela que conectaba la sala del líder con el resto de galerías mineras, los arcos tensados, los nervios a flor de piel...
Y la pasarela comenzó a bajar de forma estrepitosa, provocando la alerta en la sala del líder, el chaman y el orco. Era el último combate de aquella misión. Tras la victoria, recuperarían las reliquias sagradas... o puede que no...

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