sábado, 9 de marzo de 2013

MARCA DEL ESTE (sesión III)

Tras unas horas de descanso, el grupo decidió internarse en el sub-suelo de la torre de guardia. Unas escaleras resbaladizas daban paso a un largo pasillo iluminado por la luz de unas primitivas antorchas. 


Grant fue el primero en investigar qué escondía aquel lugar, descubriendo una pequeña comitiva de kobolds que parecían estar excavando la pared en el fondo del corredor. Unas puertas a lado y lado del pasillo, daban entrada a una serie de salas desconocidas aún por los miembros del grupo.

La primera de ellas, a la que Akela se internó la primera, se encontraba una especie de almacén con alimentos, bebida y otros elementos comestibles.
La segunda de las puertas, tras efectuar una afilada percepción, parecía estar ocupada por más criaturas kobolds. Seria mejor tenerlo en cuenta...
A su vez, la puerta que se encontraba frente a la de los enemigos, daba paso a un gran sala donde se encontraba un desconocido sacerdote, de talante no muy amigable, que parecía haber acabado con la tortura de uno de los soldados de Robleda. El cuerpo sin vida del miembro de la guardia de la ciudad, se encontraba postrado en una mesa, esposado de brazos y piernas y con las entrañas esparcidas por el suelo... Una imagen bastante impactante.

El grupo decidió, de forma unánime, conseguir obstaculizar la obertura de las puertas de los kobolds y del sacerdote, para enfrentarse primeramente al grupo que realizaba la excavación. “Divide y vencerás”, parecía seguir el plan de los aventureros.

Con la ayuda de una cuerda, afianzaron ambas puertas para no poder abrirlas, y se dispusieron a enfrentarse al pequeño grupo enemigo del final del pasillo. Y no fue muy complicado acabar con ellos, siendo sinceros.

Tuvieron tiempo de inspeccionar unas pequeñas celdas que servían de aposento para los antiguos inquilinos humanos de la torre. Y Akela, no fue lo suficientemente precavida, ya que el primero de los arcones disponía de una trampa de obertura explosiva que le provocó más de una quemadura. Afortunadamente, consiguieron bastantes objetos de valor y monedas, provechosas en un futuro m¡no muy lejano. 

Era momento de actuar... Se enfrentaron al grupo kobold que se encontraba en una de las primeras salas, realizando una buena estrategia de ataque por sorpresa cuando las criaturas salían de la habitación.
Recibieron alguna que otra herida, pero no lo suficientemente graves como para ver peligrar sus vidas.
Pero aún se debían enfrentar a aquel extraño sacerdote que se encontraba en la sala de torturas...pero la puerta no se abría. Había desaparecido aquel individuo? Esperaba la entraba de los aventureros para atacar? Estaba desconcertado por los sonidos de batalla del otro lado de la puerta?

Al abrir la puerta, Doga resolvió la duda, siendo objetivo de una trampa de fuego que le provocó gran dolor. Era la primera de las sorpresas de aquel desconocido con dotes arcanas.


El grupo combatió contra él y contra una serpiente venenosa que le hacía compañía. Entre ataques a distancia, cuerpo a cuerpo y mágicos, el sacerdote cayó muerto en pocos asaltos.

Era momento de descubrir quién era aquella persona y cual su objetivo...
Registrando el cuerpo, descubrieron que llevaba un misterioso medallón junto con alguna de sus pertenencias. Intrigante el manuscrito que portaba en uno de sus bolsillos donde se relataba los siguiente:

“Continuamos con la excavación, pero aún no hemos encontrado aquello que buscamos. Cartaramûn”

En uno de los muebles, un diario parecía esclarecer alguna incógnita. Cartaramûn, era el nombre de aquel sacerdote, y parecía estar buscando alguna cosa en aquella torre de vigilancia..., de allí las posibles acciones de excavación de sus subordinados kobolds. Nada decía del medallón y del símbolo que en él se reflejaba.

El grupo decidió que era momento de volver a Robleda y explicar al burgomaestre lo sucedido. Todos llegaron a la conclusión que investigar más sobre lo que estaban excavando los kobolds, no era de su incumbencia.

El camino de vuelta a la ciudad fue de lo más tranquilo. Al llegar, cobraron la recompensa de Peter por acabar con el peligroso Oso Lechuza, y se presentaron frente al Burgomaetre. Grant explicó lo acontecido y dio entrega del diario del sacerdote y de su medallón. Agradecido, el máximo mandatario de Robleda, entregó las monedas acordadas por el trabajo y les pidió máxima privacidad en aquel asunto.

Con las bolsas repletas por el oro del burgomaestre y por la venta de lo conseguido en la torre, se equiparon más y mejor, acabando el día en la Jarra de Oro, donde pudieron descansar una noche tranquila. Un descanso que les era bien merecido.

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