sábado, 4 de mayo de 2013

MARCA DEL ESTE (sesión VIII)

Los más curiosos del grupo (Pestus, Akela y Ginebra) decidieron subir hasta lo alto del púlpito, para encontrarse frente a una especie de altar con un viejo libro en lengua enana y una copa de oro y gemas. La avaricia fue la que activó una trampa, al coger el precioso cáliz, que abría el suelo del púlpito, dejando caer a los 3 miembros del equipo. Una dolorosa caía fue lo que consiguieron...a parte de llevarse la copa en su poder.
Lo que si que pudieron ver, antes de la tremenda caída, era que el suelo de la sala de oración estaba decorada mostrando el rostro de un serio y decidido rey enano. El nombre sí que aparecía en lengua común: el rey enano Argentonios.

Continuaron la búsqueda de la princesa Kahina por entre las profundidades del túmulo enano, encontrando un par de puertas al final de un largo pasillo.
Al forzar una de ellas, un terrible olor a putrefacción se les vino encima. Una señal que le ayudó a decidir que, posiblemente, aquel no era un buen camino a seguir...
Y parece que la decisión fue la acertada, ya que al abrir la segunda de las puertas, se encontraron con lo que parecía un enorme comedor, decorado simplemente con una gran mesa central, preparada para un gran festín.

5 esqueletos enanos, que parecían los comensales de aquella fúnebre cena, acompañaban los restos enjoyados del rey Argentonios. En una de las sillas contiguas al esqueleto real, estaba Kahina inconsciente.
Al entrar a la sala, activaron una de las trampas que existía en el comedor, dando vida a los esqueletos enanos e iniciando uno de los combates que nuestros aventureros recordarían por siempre.
Akela intentaba, por todos los medios, sacar a la princesa de aquel lugar. Pero su misión no era nada fácil, ya que los esqueletos atacaban sin dilación y evitaban el camino el camino de huida del comedor a toda costa. 

Grant se dedicaba a luchar con el enemigo con todas sus fuerzas, pero este era digno de respetar y muy difícil de vencer. Aún así, el enorme humano pudo resquebrajar algunos huesos de los contrincantes.
Pestus, con su rapidez habitual, se subió a la mesa y atacaba con su arma a distancia, rasgando poco a poco la vitalidad arcana de aquellos esqueletos.
Ginebra se sentía algo desconcertada en aquel lugar... La elfa estaba acostumbrada a los espacios abiertos, a la naturaleza...y aquel lugar que olía a muerte, le provocaba una sensación de mareo constante. No supo actuar a tiempo a algunos ataques del enemigo, y tuvo que salir del comedor para recuperar el aliento y dedicarse a atacar desde la distancia.
Y Doga... Si bien es cierto que Doga era diestro con sus armas y, a menudo, sus ataques mellaban considerablemente la vida del enemigo, aquel día la fortuna no amaneció de su lado. Un salvaje ataque simultaneo de dos de los esqueletos guardianes de la tumba de Argentonios, abrió la parte abdominal del humano, provocando una letal herida que nadie podría sanar. La muerte abrazó a Doga y se lo llevó con él para siempre...

El resto del grupo no se veía en mejor situación: las heridas eran importantes, las fuerzas flaqueaban, los recursos eran escasos...y el enemigo continuaba en pie. Los esqueletos y el rey Argentonios en cabeza.
Solo tenían una solución: abandonar el túmulo, con la princesa Kahina en su poder, y huir de allí a toda prisa. Y así fue como el grupo, consiguió cerrar la puerta del comedor del rey enano y salió de las profundidades mortuorias con la inconsciente princesa y el cuerpo sin vida de Doga.

Aquella fue una noche triste...muy triste. Un buen compañero se había ido para siempre. Un triste pesar se adueñó de los miembros del grupo. Y continuó al día siguiente, amaneciendo con un día gris y lluvioso, en el que dieron sepultura al amigo y compañero, e iniciaron de nuevo el viaje hacia la búsqueda de Karkadann.


Durante el viaje se sintieron cansados, doloridos y se adueñó un pesado silencio que les acompañó hasta entrada la tarde. Necesitaban descansar y recuperarse de la pérdida de Doga. Un abandonado y derruido fortín parecía ser un buen lugar para descansar y recuperar fuerzas.

Al anochecer, escucharon a lo lejos, el cantar de un anciano que parecía dirigirse al fortín. Era un caballero de armadura oxidada, mirada distante y porte de antiguo guerrero que aún vive de antiguas aventuras y recuerdos pasados.


El grupo le ofreció el calor del fuego, y el caballero compartió la poca comida que tenía y se animó a explicar la inquietante historia de amor entre Lady Bernís, su amado Sir Egaues y el furioso Sir Ivore.
Tras el relato, el grupo decidió echarse a dormir, dejando como guardia a una de las parejas del grupo.
Pero algo extraño sucedió... Ginebra y Pestus, parecieron entrar en una especie de ilusión en la que vivieron muy intensamente el momento en que Sir Ivore acabó con la vida de Egaues.
El resto del grupo tenía otras preocupaciones más reales: un grupo de hombres salvajes les atacaba en plena noche.

Tras acabar con el grupo enemigo y sacar a la elfa y el halfing de su estado hipnótico, compartieron lo sucedido y descubrieron que donde había yacido el anciano caballero, solo quedaba una espada y una pequeña caja con algo muy inquietante en su interior.
Amanecía y decidieron levantar el campamento y dirigirse a mejor suerte...si cabía. Y era bastante difícil porque su próxima parada era la Ciudadela de Frysev.

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